Esta mañana he descubierto un merendero de playa que nunca había visto, a pesar de estar relativamente cercano a donde vivo. Es un bar con techumbre de cañizo y mesas de madera repintada que parece no haber cambiado en los últimos cuarenta años. Desconozco cómo ha logrado librarse de la piqueta administrativa que ha derribado miles de locales como éste. En realidad, no entiendo cómo no se ha venido ya al suelo, bajo el peso de los años. Me tomo mi café matutino antes de ir a estirarme en la arena de la playa. La mujer que me sirve, anciana, debía estar presente ya cuando se inauguró el sitio. Una mesas más allá, dos señores septuagenarios hablan de otros tiempos. Yo -como tengo por vicio- me pongo a escucharlos. Hablan de un tema recurrente en gente de edad: el que se reafirma en ya se sabe que cualquier tiempo pasado fue mejor. Y para ilustrarlo, aseguran que antes -medio siglo atrás, por lo que deduzco- se podía ir por cualquier sitio con la seguridad de que uno arribaría indemne a donde fuera. Pero que, hoy en día, la inseguridad es absoluta. Que uno no puede salir a la calle sin antes subscribir media docena de pólizas antirriesgo y, por si acaso, encomendarse a toda la corte celestial.
Yo, que -todo y la diferencia de edad- no dejo de irles a la zaga, hago también memoria histórica. Hablaré de España, claro está.
Veamos… En los años cincuenta y sesenta ya se habían inventado los homicidios y existían los atracos. También había gentes de mala vida, se conocía la prostitución coaccionada, los maridos bebían y las mujeres eran víctimas en su casa. Lo que no había eran estadísticas y los periodistas -salvo El caso– poco hablaban de ello. En los sesenta tuvimos bandas juveniles violentas, y luego estuvieron los perros callejeros de los setenta y ochenta. La policía se dedicaba más a lo político y a otra clase de orden público, y nada creaba mayor inseguridad, en una persona de bien, que cruzarse con una pareja de la Guardia Civil o de la Policía Armada. Decir que aquellos tiempos fueron los de más seguridad es una percepción bastante subjetiva. Y a ello voy: a la construcción subjetiva de la inseguridad ciudadana.
Si me baso en mi propia vivencia, los setenta fueron los años más inseguros. Pero, oyendo a esos buenos hombres, vaticino que para mí la década de 2030 volverá a serlo, si es que llegó a vivirla. Por contra, desde los noventa hasta ahora valoro que se podía ir con más o menos seguridad por la calle. Aunque veo -por lo que oigo a estos dos tertulianos- que ellos manejan calendarios diferentes. Y respecto a ello elaboro mi hipótesis.
Creo que existen dos momentos vulnerables en la vida: la adolescencia/juventud (cargada de vulnerabilidad real) y la tercera edad (preñada de inseguridad subjetiva). En medio existe un interregno de madurez y seguridad también subjetiva. ¿Ello significaría que la inseguridad es solo cuestión de percepción? Por supuesto que no: siempre ha habido malos dispuestos a hacerte daño. Pero creo que el grado de tolerancia a la inseguridad decrece al hacerse mayores (cuando digo tolerancia me refiero a su significado en criminología, por supuesto: no se confunda con cierto buenismo que a nada conduce). También estimo que determinadas cuestiones de incivismo se perciben como verdaderos problemas de inseguridad delictiva.
Ahora bien, como soy acérrimo defensor de la demostración empírica, esperaré un par de décadas para volver a hablar del tema, con más conocimiento de causa. Hasta entonces seguiré escuchando con interés y tomado café en este lugar nuevo para mí.