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Corría el verano de mil novecientos noventa y poco. Durante una semana, un periódico que me hacía gracia por aquel entonces publicó por entregas una novelita al modo de los tabloides decimonónicos. Yo la fui siguiendo a diario, tumbado al borde de la piscina. Me gustó la novelita y también el modo en que se me ofrecía, una novedad para mi. Sigue leyendo