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Este fin de semana he acabado con la serie Los favoritos de Midas, de la cual ya hablé días atrás por aquí. La historia se ambienta en el devenir de una revuelta mundial que yo he identificado con el malogrado movimiento 15-M o las primaveras que sacudieron a unos cuantos países árabes, o con alguna insurrección del cono sur de América.

Hay unos minutos iniciales –cuando la periodista está escribiendo su última crónica y es sorprendida por los policías, a punto de darle al publicar de la pantalla del ordenador que hará saltar la verdad- que se repiten al final del último capítulo. Lo que uno no se espera en el devenir de la trama es lo que acontecerá a esa mujer y al protagonista, incluso al policía que dirige la investigación. Y, sin embargo, ¿qué otra cosa nos podríamos esperar? De finales felices están llenas las bibliotecas y filmotecas, pero los finales realistas son más escasos. Al final te queda no sé si un gratificante sabor amargo (por descarnado) o un decepcionante regusto antiidealista y conformista.  Sea como sea, me ratifico en que estamos ante una serie digna de ver, con dos actores que se emplean a fondo para conseguir transmitir ese sentimiento de fatalidad e injusticia. Tal como la vida misma.