Una novela ha de resultar creíble, ya narre una historia ambientada en el imperio romano, sea una obra de ciencia ficción, un drama del siglo diecinueve o un relato erótico. La novela negra no podría ser menos, y a las películas del mismo género les ha de ocurrir lo mismo. De ellas hablaré al final de estas líneas.
La novela negrocriminal –término acuñado por un famosísimo y por desgracia desaparecido experto de nuestro país- ha de enganchar. Para ello debe contar, en cualquiera de sus variantes, con determinados ingredientes en ocasiones no fáciles de combinar, ya se trate de novela negra por antonomasia, novela enigma tradicional, novela policiaca, de suspense o cualquier otra que se pueda incluir en el género negrocriminal. No hablaré ahora de mis publicaciones, sino de cómo me agradan a mí las publicaciones de este género y, por extensión, de cualquier otro.
Debe existir un equilibrio entre trama y literatura: entre lo que se cuenta y cómo se plasma sobre el papel o la pantalla. La historia ha de ser atrayente, incluso buena. O muy buena. Ha de ser creíble, como dije antes, y entendible. La temática será seguramente reiterada –desde Caín y Abe, no se ha desbancado al más execrable de los crímenes crimen- pero no lo será la historia particular.
Los personajes son de lo más importante, ya que otorgan la particularidad a lo que se narra: es lo que les pasa a ellos, son quienes particularizan los sucesos. Pero sin historia no hay novela, por supuesto, y el modo en que se escribe lo es casi todo. Hay novelas que se centran sucintamente en los hechos, otras que preferentemente abordan el entorno. Hay novelas donde parece que se levante mera acta de cuanto sucede, mientras que en otras se hace literatura. La gracia está en cómo se combinan ambos ingredientes: forma y fondo. Un acertado equilibrio mantiene el interés y permite seguir la lectura sin perderse.
A mí me agradan los giros inesperados, pero no inesperables. Tampoco necesitamos ir de sobresalto en sobresalto a medida que pasamos páginas. Crónica de una muerte anunciada narra un asesinato que desde la primera línea sabemos que vemos que se va a producir, y se produce. No me llaman los prestidigitadores de la pluma que hacen aparecer un detalle al final que no viene a cuento pero que trastoca todo lo escrito. Un final ha de irse construyendo, aunque sea sutilmente, y debe ir alentando al lector a adelantarse a él, creando sus propias hipótesis: varias hipótesis, no una. Si solo hay una hipótesis, confirmada al final, la novela podría ser aburrida (salvo que su interés devenga de algo distinto a disfrutar de una mera intriga).
Valoro las formas de escribir y me agradan las particularidades. Uno de mis autores favoritos construye diálogos seguidos, sin puntos aparte ni guiones y siempre puestos en cursiva. Choca la primera vez que se ve, pero acierta con ellos y le confieren un valor diferenciador. También me agradan aquellos escritores que directamente narran los diálogos. En todo caso, la corrección de una novela es fundamental. Un error tipográfico hace daño al ojo y una falta ortográfica lo lesiona. Si ya son muchos, lo ensangrientan. Una maquetación deficiente resta calidad a la trama y aruina una novela.
Luego vendrían la publicidad y la distribución, pero son aspectos de otro costal de harina, sobre los que reflexionaré en otro momento. Ahora regresaré al título de este post.
Es evidente que la novela se hace de palabras y el film se construye con imágenes, y tanto una como otro hacen fluir hasta el final. Pero, para mi gusto, las páginas son más sugerentes, más propicias a la subjetividad del espectador. Si en una novela ha de existir una lógica entre el transcurso y el final, sin chirridos, en una película sucede lo mismo. No hace gracia tener que volver atrás para hallar el punto en el que nos perdimos, hace ya unos cuantos capítulos o secuencias.
Si uno no se distrae mirando las musarañas mientras ve un film, difícilmente no llegará a la conclusión que buscan el guionista y el director; el cual, dicho sea de paso, viene reforzado por la espectacularidad de las imágenes, donde no nos imaginamos a los personajes, sino que los vemos interaccionar. En el libro pasa diferente. Para que el lector entrevea lo que se quiere narra e imagine la acción, hay que describir, pero sin aburrir. Y la historia ha de ser lo suficientemente compleja para conseguir aquella espectacularidad y evitar que se deje olvidado el volumen en el primer rincón, al cabo de unos pocos capítulos.
Escribir para sugerir es más difícil; y de aquí vengo a concluir -en muchos de los filmes que presento en este mismo lugar- que se nota cuando una película deviene de una novela previa.
Continuaremos hablando de estas cuestiones en otra ocasión.
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