
Pedro Antonio de Alarcón fue un escritor español del siglo XIX que escribió siete novelas, tres recopilaciones de cuentos, poesías, una obra de teatro, libros de viajes y diversos artículos. En mil ochocientos cincuenta y tres publicó el relato El clavo, que modificó en mil ochocientos ochenta y volvió a publicar en la colección Cuentos amatorios. El clavo se constituyó como una obra romántica y a la vez de corte negrocriminal, estando entre las primeras obras de corte policiaco de la literatura española.

En la década de mil novecientos cuarenta fue lleva al cine la adaptación cinematográfica dirigida por Rafael Gil, con un guion del propio director y de Eduardo Marquina. Sus principales papeles fueron interpretados por Amparo Rivelles y Rafael Durán, entre otros.

En un viaje en diligencia, un juez conoce a una joven de la que se enamora. Se prometen en matrimonio, pero el juez debe tomar posesión de su nueva plaza, por lo que posponen para una fecha posterior el reencontrase. Mientras, el juez envía a su prometida una serie de cartas que ella no responde. Consternado, avanza su regreso y no encuentra a la mujer. Cinco años después, el juez ha sido trasladado a otra población y descubre accidentalmente el cráneo de una persona asesinada al clavarle un clavo en el cráneo, que pasó desapercibido, catalogándose la muerte como natural.

El clavo es un film de posguerra y se ha de ver como tal, con toda su carga romántica y hasta almibarada. En la década de los setenta fue reinterpretado como producción televisiva de cinco capítulos, en una de aquellas tan celebradas novelas que se pasaban a las ocho de la tarde. La trama es ingeniosa y revela una película de calidad, para mi gusto, tras la que hay -como sucede a menudo- una obra literaria.
Muy digna de ver.