Hace días que llegó el otoño y el invierno se vislumbra a menos de un mes vista. Las hojas de los árboles se han tornado ocres y se disponen a perecer, dejando desnudo su asidero, pero el cambio de estación no ha empezado a notarse con toda su crudeza hasta hoy. Créanme, no le veo nada de bucólico al frío. Soy persona de veranos y playas, y siempre he soñado con retirarme a pasar mis últimos años en un lugar tropical. Me asemejo más a las cigarras que reviven con el buen tiempo; unos bichos sobre los que escribí hace algún tiempo, y que -¡qué quieren que les diga!- siguen siendo mis favoritos.

Me encanta recorrer las calles recogiendo cosas de aquí y de allá, pero este clima destemplado que se avecina me coarta y me limita, y aparco mi moto. De entre lo poco bueno que trae la estación está el recogimiento que te sume en un estado de ánimo propicio para teclear. Así que aquí estoy, a los mandos de esta maquina que me permite narrar, a veces solo para mí. Pienso en mis compañeros de vivencias -en mis personajes- y me da por fabular irrefrenablemente qué habrá sido de sus vidas estos últimos meses.

Pero me freno y los dosifico, para que sus aventuras me alcancen hasta la primavera, que será cuando los vuelva a abandonar.

En breve empezaré con ellos.

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