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-Hay cosas que no acierto a saber por qué se producen. Simplemente no las entiendo. No sé cómo se producen y no creo que nadie pueda darles una explicación.

Hoy mi amigo Lisardo no está muy hablador; pero es él quien inicia una de esas reflexiones a las que me tiene acostumbrado y que nunca sé a dónde irán a parar. De momento, si no se extiende un poco más, seré yo quien no llegue a comprender nada. Así se lo digo.
-Puedo entender –prosigue- que alguien nos roce levemente y descubramos que está ahí, pasando a nuestro lado. O que la casi imperceptible brisa que levanta y que quizás nos toca lo delate, haciéndonos levantar la cabeza. O que percibamos un casi inaudible susurro, o que notemos su fragancia, o que vislumbremos un destello de luz o el movimiento de una sombra que nos hace dirigir los ojos hacia él. Vista, oído, olfato, tacto: son los sentidos de la comunicación, corporales y tangibles.
Observo que Lisardo se ha dejado el gusto. Aunque para percibir a alguien por él se requiere de una aproximación profunda e intencionada, y entiendo que él no está hablando de intencionalidades.
-Pero dime –prosigue-: ¿qué hace que mires a una mujer y ella, de pronto y sin motivo, alce sus ojos desde el otro lado de la sala y sorprenda tu mirada? ¿Tú entiendes qué clase de sentido actúa ahí?
Reconozco que a mí también me gustaría saber cómo hace la mirada para tocar a otra persona.
-Tal vez lo que actúa es el instinto -le propongo, pero Lisardo ya se ha sumido en un silencio nostálgico y yo me reservo para otro día el hablarle de instintos.