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El periódico trae la noticia de que un par de buques de la flota japonesa han anclado ena5 el puerto. Miro la foto, veo sus banderas e inmediatamente me retrotraigo varias décadas atrás, a cuando era preadolescente y transcurrían aquellos años a caballo entre los sesenta y los setenta.

Recuerdo las tardes veraniegas del sábado. A eso de las seis bajábamos todos a la calle y armábamos un par de equipos que disputaban un masivo partido de fútbol en un solar vacío, con porterías delimitadas por dos árboles a los lados y, por lo alto, a ojo de buen cubero. Ni estaba estipulado el tiempo que duraba el encuentro ni había media parte; salvo cuando caía un fugaz aguacero estival que nos obligaba a buscar refugio unos minutos, para luego reemprender nuestra afición. El equipo que antes llegaba a tantos goles (once por lo menos) ganaba. Así, los encuentros duraban hasta la hora de cenar, para solaz y sosiego de nuestras madres.

Lo que siempre permaneció invariable, como prolegómeno desde lasjapon6 cuatro a las seis, fue la película del sábado por la tarde (cuando no se iba la corriente eléctrica y nos quedábamos absolutamente frustrados, cosa habitual en aquellos tiempos de tardío despegue económico).

Las películas -antiguas ya para entonces- eran generalmente de piratas, del far west o de guerra. Entre las del oeste sobresalían unas donde los indios –malos por no dejarse sojuzgar y encerrar en una reserva- molestaban a unos blancos civilizadores que incluso tenían las bondad de proveerlos de abalorios y de whisky.a1

Dentro de las películas de guerra estaban las de los norteamericanos que batallaban contra unos japoneses militaristas y autoritarios. Curiosamente, aquellos eran unos tiempos en los que nuestro país también tenía bastante de militarista y autoritario, no hay que olvidarlo.

Por lo que hace a las películas de piratas, aquí había de todo un poco, aunque predominaba la visión romántica que presentaba como malos a los ingleses ya4 como demonios  a los españoles (pero en este último caso entraba en juego la tijera de la censura oficial que todo lo suavizaba).

Ésto es lo que me trae a la memoria la bandera de esos buques del puerto. Fueron buenos tiempos, como suelen ser los de la niñez. Poco después, el cine y el fútbol serían sustituidos –por quienes disputábamos aquellos partidos casi interminables- por otra afición no menos excitante: las chicas. Pero de eso ya hablaremos otro día.