No hay lugar para la poesía y El efecto dominó tienen algunos elementos comunes. Cada una de ellas está narrada en dos momentos históricos que se van alternando para que el lector adquiera, paulatinamente, todas las claves que conforman el misterio. En El efecto dominó, una operación antidrogas improvisada pone al descubierto el cadáver de un hombre asesinado cuarenta años atrás, en la inmediata posguerra civil española. El inspector Mateo Navas investiga ambos casos, para acabar descubriendo que uno y otro están íntimamente relacionados.
En No hay lugar para la poesía, un joven se vio obligado a huir de la ciudad casi medio siglo atrás dejando a un amigo muerto, a otros dos en la cárcel y abandonando a su novia. Ahora ha regresado, y la persecución se reiniciará. Nuevamente se alternarán pasado y presente, y otra vez serán los hechos de entonces los que expliquen qué es lo que acontece en la actualidad; todo y que el desenlace de No hay lugar para la poesía dará un giro sorpresivo en las últimas páginas.
Si en el El efecto dominó el hilo conductor lo conforman la corrupción política y policíal, junto a las venganzas del pasado, en No hay lugar para la poesía el nexo de unión de las tramas será otro tipo de corrupción: la de los grandes negocios.
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