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He entrado a un bar y me pido un café en la barra (casi siempre me tomo los cafés en la barra, desde donde puedo ver cuanto se cuece a mi alrededor). El joven camarero me sirve y, mientras espera su próximo cliente, se pone a teclear en su telefonillo. En una mesa de al lado veo dos ambientes: cuatro chiquillos se arremolinan divertidos alrededor de otro que les muestra ves a saber qué en la pantalla de su celular; mientras, enfrente, dos abuelas -las niñeras amateurs de la criaturada- miran el vacío sin hablarse, evidentemente aburridas.
Me fijo en que rara es la mesa donde no hay alguien con un móvil en las manos. Sigue leyendo